La situación sanitaria que nos ha afectado desde el año 2020 ha generado un cambio profundo en nuestras prácticas y hábitos diarios. Así como los adultos o cuidadores de niños y niñas se han visto impactados por estos cambios, experimentando en distinto grado alguna cuota de preocupación, ansiedad o estrés, los más pequeños también han sido forzados a adaptarse a esta nueva realidad, con la complejidad de que muchas veces no son capaces de comprender ni menos describir lo que pudiesen estar sintiendo. Resulta entonces importante que se establezcan relaciones y vínculos que les permitan sentirse seguros y acompañados.
Haciendo la salvedad que lo siguiente no conforma ni tiene por finalidad describir un trastorno, debemos tener presente que en niños y niñas más pequeños sería esperable encontrar, dado el contexto ya mencionado, entre otros:
a. Dificultades al dormir.
b. Mayor agitación, mayor inquietud e irritabilidad.
c. Algunos malestares físicos, como dolores de estómago o de cabeza.
d. Podrían sentirse aburridos, ansiosos y/o frustrados por no poder salir a jugar.
e. Podrían manifestar temor a estar sin la compañía de sus seres queridos.
Y en el caso de los adolescentes, ante la imposibilidad de reunirse con sus amistades y experimentar situaciones gratificantes con otros(as) pudiese observarse, entre otros:
a. Tristeza.
b. Aburrimiento.
c. Frustración o enojo.
d. Tendencia a aislarse para buscar espacios de intimidad.
e. Podrían percibir que el COVID-19 es menos riesgoso para personas de su edad y por lo tanto intentar desafiar las pautas de autocuidado (distanciamiento físico, uso de mascarillas).
Al respecto, es importante tener en cuenta que no existen “recetas mágicas” y que cada madre, padre y/o cuidador sabrá reconocer de manera idónea lo que es mejor para cada niño o niña. No obstante, podemos establecer algunas recomendaciones generales que se pueden considerar e implementar en nuestra vida cotidiana:
a. Conversar y aclarar dudas con el niño, niña o adolescente. Lo ideal es hacerlo en conversaciones espontaneas, utilizando un lenguaje claro y simple. Debemos evitar obligar a conversar el tema.
b. Reconocer y validar sus emociones. Las emociones no se pueden evitar, pero si podemos regular como reaccionamos a ellas. No olvidar que los niños y niñas aprenden a regular sus emociones a partir de la observación que hacen de cómo reaccionamos los adultos.
c. Compartir espacios de entretención. Oportunidad para fortalecer los vínculos familiares.
d. Establecer nuevas rutinas. Que proporcionen seguridad y estabilidad. Recordar ser flexible en su aplicación.
e. Mantener la calma. Comportamientos desafiantes de niños, niñas y adolescentes pueden aumentar, si los queremos regular, primero debemos regularnos nosotros mismos.
f. Proveernos de cariño. Cuidarnos mutuamente a través de un gesto, una sonrisa, una palabra de aliento siempre es gratificante.
g. Ser compasivos y flexibles con nosotros mismos. La presión y exigencias del medio y en nuestro hogar muy probablemente se hayan incrementado. Recordar que no todo lo que hagamos será perfecto. Cuidarnos, descansar, realizar actividad física, alimentarnos bien, darnos permiso para sentirnos bien y a veces no tanto, es necesario para nuestro bienestar.
Cada una de estas recomendaciones busca fortalecer el bienestar emocional de toda nuestra comunidad educativa, sobre todo durante este año en el cual la incertidumbre se ha hecho tan presente y los adultos debemos entregar nuestro mayor apoyo a los más pequeños y pequeñas.
Dino C. Palavecino C.
Psicólogo
Encargado de Convivencia Escolar
Inspectoría General